Las relaciones de
género se construyen culturalmente, es decir, son producto de dinámicas
sociales, económicas y políticas en las que participan diversas instituciones y
actores. En este apartado, estudiaremos cómo las instituciones contribuyen al
establecimiento de las diferencias y las brechas de inequidad entre mujeres y
hombres.
FAMILIA
La familia es pieza
clave en la socialización de las personas y en la inculcación de roles o
atributos de género. De hecho, antes del nacimiento, las expectativas
familiares son diferentes según el sexo del futuro ser. La ropa, la habitación
y los juguetes comienzan a ser distintos y, junto con esto, los papeles y lugares
que se les asignan en la dinámica y estructura familiar, que juegan un papel
fundamental en la determinación de las capacidades de niños y niñas para
desarrollar sus talentos e insertarse en la vida productiva, política y
cultural de la sociedad.
Esta forma de dividir
los roles que deben desempeñar mujeres y hombres dentro de las familias,
mantiene la hegemonía formal del sexo masculino sobre el femenino, dada la
distribución de oportunidades y responsabilidades en la familia. Por ejemplo,
en la Primera Encuesta sobre Discriminación en México (2005), 21% de la
población mexicana piensa que es normal que los padres prohíban más actividades
a las mujeres que a los hombres y 15% de las y los mexicanos opina que hay que
invertir menos dinero en la educación de las hijas, porque éstas se casarán en
algún momento y serán mantenidas por sus maridos.
Junto a estas
creencias, las familias organizan la reproducción social a través de la división
sexual del trabajo, que asigna a las mujeres labores de reproducción y crianza,
y a los hombres, de proveeduría económica y protección.
ESCUELA
Las instituciones del
sistema educativo todavía son una fuente de reproducción de la desigualdad de
género, ya que la información y valores transmitidos desde la educación
preescolar hasta la universitaria, así como los contenidos del aprendizaje,
están impregnados de sexismo. Además, la transmisión de las pautas de género en
las aulas implica la creación de actitudes de desigualdad y discriminación
hacia las mujeres y de autodeterminación en los hombres.
El modelo educativo
tradicional está orientado al aprendizaje y desarrollo de capacidades
relacionados con el éxito en el ámbito público, partiendo de las
características que la sociedad y el entorno consideran como propias del género
masculino. Este enfoque se ve reflejado en el currículum escolar, que potencia
aquellas aptitudes o capacidades que son necesarias en la vida pública, como la
inteligencia, la competitividad, la fuerza. Con frecuencia existe un currículum
oculto que restringe el desarrollo de las niñas y las adolescentes en
capacidades consideradas masculinas, canalizándolas hacia labores como la
enfermería, la mecanografía y la costura, entre otras, y en general,
profesiones alejadas de la ciencia, la tecnología y la política.
Los resultados de una
educación sexista es la llamada segregación ocupacional, es decir, el fomento
en las escuelas de ciertas ocupaciones “para hombres” y “para mujeres”, que han
generado la concentración de estas últimas en trabajos relacionados con el
cuidado de las personas y el hogar, como la enfermería, el secretariado, el
trabajo doméstico, etc., mientras que a ellos se les motiva a ocupar puestos de
mayor prestigio y remuneración.
Según datos del
INMUJERES, las mujeres ocupan sólo 12.5% de las Secretarías de Estado, 13% de
las Subsecretarías y 11.4% de los puestos disponibles en oficialías mayores,
mientras 34.3% de los enlaces son mujeres.
MERCADO DE TRABAJO
El mercado de trabajo
es una de las instituciones sociales donde puede observarse más notoriamente la
desigualdad entre mujeres y hombres, así como las claras resistencias de la
sociedad mexicana a que las mujeres se desarrollen con igualdad de
oportunidades en el ámbito público.
La inserción de las
mujeres en el mercado laboral inició a finales de los años setenta, entre otras
razones por el aumento de la escolaridad de las mujeres, la expansión del
sector servicios, así como el impacto de la crisis
económica5. Así,
mientras en 1970 únicamente una de cada 10 personas económicamente activas eran
mujeres, hoy en día representan casi la mitad.
Sin embargo, en el
mercado de trabajo aún se reproducen los esquemas y modelos de masculinidad y
feminidad, a través de:
a) la feminización de ciertas ocupaciones (enfermeras,
maestras, psicólogas, cocineras y servicios domésticos), que refuerzan el
desempeño de las mujeres en labores consideradas tradicionales del sexo femenino,
b) las diferencias salariales, es decir, otorgar a las mujeres un menor salario
por realizar el mismo trabajo que los hombres;
c) los obstáculos para acceder a
puestos con poder de decisión y
d) la doble jornada de trabajo que recae sobre
las mujeres, quienes además de su trabajo remunerado fuera del hogar, son las principales
encargadas del trabajo doméstico.
LOS MEDIOS DE
COMUNICACIÓN Y EL LENGUAJE
La información y los
discursos que se transmiten socialmente son una fuente constante de reproducción
de los estereotipos de género. Basta con observar los anuncios comerciales de
productos de limpieza y/o del hogar, para darnos cuenta cómo se refuerzan los
papeles reproductivos y de objeto sexual de las mujeres, desvirtuando la
autonomía.
El lenguaje, como
parte de cultura y herramienta de la comunicación, juega un papel en la
persistencia de la desigualdad. A través de las palabras o del discurso, se
refleja nuestra concepción del mundo y, al mismo tiempo, encasillan las
imágenes de las personas y los grupos sociales. Por ejemplo, frases como “vieja
el último”, “los hombres no lloran” y “gritas como niña”, evidencian la forma
en que el lenguaje representa y refuerza el sexismo en la sociedad mexicana.
Observar con mayor
detenimiento las palabras que usamos y las connotaciones que éstas conllevan,
facilita el análisis de los prejuicios, ideas y prácticas que reproducen la
discriminación hacia las mujeres.
TRADICIONES
CULTURALES
Desde la perspectiva
de género, la cultura es uno de los canales en que se representa la diferencia
sexual y se construye el género, a través de prácticas, creencias y símbolos
que continuamente naturalizan las diferencias entre mujeres y hombres y
justifican la desigualdad de género.
Las tradiciones
culturales que prevalecen en la mayor parte de los hogares mexicanos, refrendan
la división sexual del trabajo que asigna a la mujer los papeles de crianza,
cuidado de hijas e hijos y la realización de las tareas domésticas, y funciones
de proveedor económico al hombre. Si bien alrededor de 78% de la población masculina
y 83% de la población femenina está de acuerdo con el trabajo de la mujer fuera
del hogar, aún uno de cada cinco hombres y una de cada seis mujeres rechazan
esta idea. Las desigualdades de género se acentúan cuando se pregunta a las y
los mexicanos si la mujer puede trabajar fuera de casa aunque el marido no lo apruebe:
sólo 38% de los hombres y 41% de las mujeres se han inclinado por favorecer en
esas condiciones su presencia en el mercado laboral (Incháustegui, 2004).
Otro rasgo
característico de esta cultura es la censura a la autonomía de las mujeres,
sobre todo cuando ésta se concibe como un valor que se contrapone al cuidado
familiar. Por ejemplo, 35% de las mexicanas y los mexicanos aseguraron que no
contratarían a una mujer que se niega a atender primero a su marido.
Sin duda, estas
creencias juegan un papel trascendental en la persistencia de la desigualdad de
género, porque inhiben el cambio y censuran la diferencia y la diversidad
social. Por ello, la perspectiva de género cuestiona este estatus quo, a fin de
generar nuevos valores y prácticas con una visión de equidad que dé cabida a
formas alternativas de ser y expresarnos como seres humanos, con independencia
de nuestro sexo.
ESTADO
El Estado es el
conjunto de instituciones de orden político que integran el régimen de gobierno
y organizan los canales de participación de la ciudadanía en los procesos de
toma de decisión. Se trata de una institución fundamental en la organización
del poder que a través de estructuras establece las reglas que ordenan el intercambio
social y define las políticas para distribuir los recursos y generar bienestar
entre la población.
No obstante que el
Estado es primordial para lograr la igualdad de género, desde sus orígenes
excluyó del estatus de ciudadanía a las mujeres, quienes obtuvieron su derecho
a elegir y ser electas con un siglo de retraso y aún no gozan de plena
incorporación en los procesos de toma de decisión pública.
Por otra parte, no
fue sino hasta mediados del siglo XX que el Estado inició una lenta marcha para
incorporar el principio de igualdad jurídica entre mujeres y hombres en las
constituciones, y asumir su responsabilidad para tutelar y hacer exigibles los
derechos. Este proceso se ha visto acelerado por la aprobación de diversos
instrumentos y convenciones internacionales en materia de igualdad de género,
que obligan al Estado a implementar políticas de equidad y de acción
afirmativa.
Argumentar que el
Estado es responsable de proteger los derechos humanos de las mujeres, y en
general de todos los seres humanos, supone que todas las personas que forman
parte de él tienen la obligación de seguir esta directriz (Galvis, 2005:75-77).
En nuestro país, el diseño y la ejecución de la Política Nacional para la igualdad es el
instrumento ideado por el Poder Legislativo para hacer patente dicha
responsabilidad.
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